Nobleza (gaucha) obliga
Hay un lugar en donde la ensalada de frutas hace más honor a su nombre que lo que estamos acostumbrados. Es en el kiosko que hay en la calle Viamonte, antes de llegar a Talcahuano, y que es atendido por un señor de lo más simpático, cuyo nombre después de casi dos años aún no sé. Él la ofrece orgulloso a cada nuevo cliente. Y tiene motivos para tener incólumes fanáticos fijos. Vean, que en esta ensalada de frutas no sólo habitan naranjas y manzanas (estas últimas desaparecen primero en mis fauces por mi burdo sistema de negación hacia las cosas que no me gustan), sino que además se puede topar uno con un pedacito de mandarina, o de pera, otro de durazno (sí, en almíbar, pero garantizadamente dulce), rueditas de banana, gajitos de frutilla y finalmente la cuota asegurada de tres partecitas de kiwi por pote.
Mi ruta comienza por la manzana, como ya he dicho. A la que le siguen la combinación de naranja con durazno, pera o mandarina. Giro a la derecha con el kiwi y estaciono con bocaditos de frutilla y banana a la vez. Por último, me zambullo en el juguito restante, ora artificial, ora producto de la maceración.
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